lunes, 23 de agosto de 2010

Solo

Lo he tirado todo.
Con la cara pegada al precioso cesped de esta colina en medio de la ciudad,
junto este penetrante olor a orín
me he dejado caer,
rodando,
para comprobar dónde puedo llegar.
Aqui, donde el frío es más frío,
pero los silencios más ruidosos,
donde me empeciné en encadenarme
con esta mezcla de musgo y óxido.
Aquí se sienta inerte, como otra más de sus estatuas cubiertas de líquenes.
Infesto,
más marchito que maldito.
Más vacío que incompleto.

No lo entiendo.
Nunca es suficientemente atrás como para empezar de cero.

martes, 10 de agosto de 2010

Despierto

Despierto.
Antes de que pueda incorporarme, caigo de nuevo, clavando las rodillas en un suelo arcilloso, levantando una nube de polvo de un marrón apagado.
Es todo cuanto puedo ver hasta que vuelvo a despertar.
Esta vez, lo primero que hago es parpadear un par de veces. Luego, lentamente, llevo mi mano al costado, la fuente de donde emana este un dolor inhumano. Muevo mi mano llena de barro frente a mis ojos, dejando detrás un cielo de un color verde azulado. Justo entonces veo una sombra que se acerca, pero antes de poder descodificarla, me desvanezco.

Sonrío al despertar esta vez. Veo tu cara preocupada. El dolor ha disminuido, de modo que puedo incorporarme y me abrazas. Estás preciosa bajo esta luz verdosa.
Mientras comemos algo que has encontrado cuando yo yacía inconsciente, me dices que llevo así casi dos días, que al principio te asustaste. Tu camiseta está llena de sangre. No te separaste de mí hasta que no te aseguraste de que mejoraba.
Te amo.

Me explicas que desconoces dónde estamos, que apenas te has aventurado a explorar el lugar, pero claramente estamos lejos de La Tierra. Hasta donde nos alcanza la vista, solo hay cielo y horizonte. No me explicas cómo, pero sabes que lo que pensábamos que eran piedras, parecen sustituir al agua en nuestro organismo. No me interesa saberlo. Quiero abrazarte e irnos, pero me pides que descanse. Mañana andaremos hasta donde podamos.

Las noches son terribles. No se cómo has aguantado sola estas noches. El calor se vuelve asfixiantemente húmedo y por todos lados nos rodean unos sonidos acuáticos que arañan el aire. Apenas pegamos ojo. Los desgarros empiezan a silenciarse justo cuando el cielo empieza a volverse verdoso. Entonces avanzamos hasta un extraño lugar. Me pides que espere lejos. A los 20 minutos vuelves. Me pides que te abrace. Me pides que volemos.
Cierro los ojos.

Despierto.
Me asusto. Soy incapaz de localizar el cielo. Me siento pesado, acolchado.
Cuando te acercas a mi, sonries. Besas mi mano y dices que estamos en un lugar precioso. Me traes algo parecido al agua que tiene un sabor demasiado confuso, pero dos sorbos bastan para renovarme. No tardo ni una hora en estar como nuevo.

Realmente es precioso. El suelo es verde, como acolchado, como inflado. Es como una especie de red enorme flotando en algo demasiado sólido como para hundirte, pero demasiado líquido como para creer que es suelo. Cuando pregunto por el cielo, me dices que sigue arriba, pero que está tapado por esa especie de techo que cubre cuanto podemos ver. El terreno tiene numerosos accidentes, pero en conjunto, parece más un castillo inchable que un desfiladero. Mientras comemos, te digo que el techo se mueve. Hay cosas flotando en él. Más que cielo parece un gran océano turquesa. Sonríes y me besas.

Curioseo con el suelo mientras espero que vuelvas. De nuevo me has dicho que espere. Te veo venir al rato, sucia y cansada. Te pregunto si ha pasado algo, si estás bien, y me respondes con algo que no entiendo. Me dices que te abrace. Me dices que sigamos volando.

Realmente no se si estoy despierto, si he abierto los ojos. Grito tu nombre, pero no oigo respuesta. Hace frío, así que tanteo en busca de refugio, pero todo parece demasiado liso. Desesperado, cabo un hoyo en el suelo. Me lleva más de dos horas, pero la tierra se quita con facilidad. Es más orgánica que a la que estoy acostumbrado. Me cubro como puedo hasta el cuello. La tierra está caliente. Tengo miedo de dormirme, pues en esta oscuridad te perdería cuando volvieras y no me encontrases.

Se ha encendido algo luminoso sobre mi cabeza. No pueden ser estrellas, ya que son alargadas. Parecen tubos fluorescentes naturales. Ahora puedo ver que estoy en lo más parecido a lo que concibo como vacío. Paso un par de horas más enterrado hasta que veo tu silueta. Salgo como puedo de mi cobijo mientras te acercas. No dices nada. Te abrazo para poder volar e irnos de aquí.

Salgo empapado de este sucedáneo viscoso del agua. En cuanto llego a tierra firme me tumbo boca arriba y tomo aire. Me duele el costado. Mi cuerpo retorciéndose deja su silueta en el fango. Cuando me he tranquilizado y mi pulso se normaliza, miro mi ropa, y soy incapaz de recordar cuál era su color original. No me importa el color del cielo. Hay luz y busco tan lejos como puedo, pero no hay ni rastro de ti. Dejo que pase el tiempo con los ojos cerrados.

Despierto.
Aun no has llegado. Algo ha cambiado, pero no sabría decir qué. Permanezco sentado y evalúo hasta qué punto ese líquido viscoso puede ser potable, pero termino decidiendo que no tengo sed. Intento incorporarme. Digo intento porque mi tronco inferior parece adherido al suelo. En el intento resbalo y caigo de lado, abriéndome una herida. Hacía tiempo que no veía nada tan rojo como la sangre. Intento moverme, pero empiezo a no sentir mis extremidades. Asustado, decido esperarte.

El cielo tiene un brillo intenso, pero no parece que este llegue hasta la superficie, que cada vez se apaga más. Poco a poco me he ido incorporando, pero la sensación que tengo es de estar hecho de porcelana. Tomo un punto de apoyo y empujo con todas mis fuerzas. En mi euforia no me doy cuenta de que me he destrozado una pierna. Se ha deshecho como ceniza. Grito. Lloro. Ven, por favor, quiero irme de aquí. Intento mantenerme en pie, pero me quema el cuerpo. No se volar sin abrazarte. Ven, por favor.

Despierto.
Lo primero que hago es tocarme la pierna por debajo de la rodilla, pero solo encuentro gravilla. Me derrumbo. Es la primera vez que vuelo sin ti. No tengo ni idea de dónde puedo estar y no me importa. Aprieto la gravilla hasta me duelen los huesos de las manos. Me arrastro hasta encontrar un punto de apoyo y me incorporo llorando. Maldigo como si creyese en algo y por primera vez, empiezo a odiarte. Tengo que andar dando saltitos con el único pie que me queda. Noto que esas piedras se mueven, pero no me importa.

Noto que esas piedras me muerden, pero no me importa. Me dejo caer y cojo unas cuantas para verlas más de cerca. Sonrío. No van a dejar nada de mi. Me tumbo sobre ellas y cierro los ojos. Me desvanezco.

Despierto.