viernes, 31 de julio de 2009

Un sueño

Estoy perdido en una tormenta de nieve. El viento chilla y dispara sábanas blancas hacia mis ojos ardientes. Avanzo tambaleante entre capas de blanco cambiante. Pido ayuda, pero el viento engulle mis gritos. Caigo y me quedo jadeando en la nieve. Perdido en la blancura, el viento zumba en mis oídos. Veo la nieve, que borra la huella de mis pisadas. "Me he convertido en un fantasma-pienso-, en un fantasma sin huellas". Vuelvo a gritar, la esperanza se desvanece igual que mis huellas.


"Cometas en el cielo", Khaled Hosseini.

martes, 28 de julio de 2009

La linterna roja (2/2)

No se muy bien cuándo sucedió, pero nuestros labios se acabaron encontrando por mucho que las voces gritasen “No”. El presentador reía de fondo, estoy seguro de ello, mientras mis manos buscaban algo que mereciese la pena bajo demasiada tela. Una vez desprendido el atrezzo, miré hacia otro lado, desconecté, y al volver a mirar al frente, todo estaba revuelto, y cubierto de sudor. Volvía a tener unión con el mundo. El ruido del televisor al fin fue solo ruido de fondo y aproveché para darme cuenta de que respiraba con dificultad. Estábamos en mi cama. Creo. Ella dormía sobre mi pecho, aparentemente feliz.
Estuve así un tiempo, sin moverme ni pensar. Cuando me lo permitió, me levanté de la cama sin despertarla y fui a la cocina. Abrí la nevera y bebí lo primero que encontré que estuviera helado. Un par de sorbos, no más. No tenía sed, solo la imperiosa necesidad de quitarme ese sabor de boca a tabaco y melocotones. Volví a mi habitación y cogí unos pantalones cortos. Eran las 4 de la madrugada casi, y la luz del acuario seguía encendida. Los peces boqueaban. Apago la luz, cojo la guitarra y bajo al local de ensayo.
Imagino que el ruido la llevó hasta mí. Entró despeinada y vistiendo tan solo una braguita. Incluso así daba asco.
—¿Llevas aquí mucho tiempo?— me decías apoyada en el marco de la puerta. Podrías haberte lavado la cara al menos…
—No lo se. Tenía calor. Aquí abajo se está bien.
—Ya se… estás cansado de anoche, ¿cierto?— insinuaste con una sonrisa pícara y haciéndote hueco en mi habitación.
—¿Anoche?
—Sexo— cada vez más cerca. No, no fue sexo. Fue solo tristeza.
—Ah, no, insomnio más bien. Tocar me relaja. ¿Qué hora es?
—Tarde. Venía a decirte que tengo que irme— es lo más bonito que me has dicho hasta ahora—, tengo que hacer cosas esta tarde y ya casi es medio día.
—Entiendo. Bueno, ya hablaremos, ¿no?
—Claro. Y… sal un poco, ha terminado la tormenta. Hace un día precioso.
Y se acercó y me besó. Y se fue. Lo apagué todo, me di una ducha, encendí el acuario y me acosté al fin. Las sábanas apestaban, y fuera la linterna roja seguía encendida, aunque nadie podía ver ahora su luz.

Han pasado quince días, y no ha vuelto a dar señales de vida, aunque me he informado. Le va bien. Muy bien. Lleva 5 años casada. Aquel día tenía que irse porque tenía que recoger a su hija de la guardería. De esto me enteré al cuarto día. Hice lo posible por hablar con ella, y cuando finalmente lo hice me dijo que no quería hablar conmigo, que tenía que distanciarse de mi y que lo entendiera, que estaba casada, y sentía lo que pasó.
Yo... no se. Estoy tocando la guitarra, y las cuerdas están desafinadas. Los peces siguen boqueando, con la luz encendida siempre. La linterna roja sigue encendida, no se ha vuelto a apagar desde entonces. Y yo necesito melocotones.

domingo, 26 de julio de 2009

Recuerdos por llegar



Disculpen la mala calidad de la fotografía

sábado, 25 de julio de 2009

Entra en mi

Hay un silencio en este verso...
escucha.
Yo soy el primer viajero de los fisicos de Primer.
Te espero matando en el Quake.
Con la música como en el futbolín,
no hay quien me saque.
Adicto al prozac, al prozium, al soma,
el fallo está en querer tener una beca para Hogwarts.
Y ahora entiendo por qué no me salen las cuentas,
si en lo que tardo en enamorarte ya te has follado a 40.
Escuece, me canso,
pero sonries al reencontrarnos,
como al ver a Johhny Depp en el reparto.
Yo vendo más vivo que muerto
y de momento
me contento y regocijo con saber que estoy despierto.
Soy un romántico en paro.
equilibrium
Yo trago más mierda que Bear Grylls.
equilibrium
Sigo buscando mi omega,
porque aunque quieras cerrarme las puertas
quiero un 7 en ese dado.
Y claro que salgo más caro,
tengo un sello en el costado, en costillas de adamantio.
Porque creo en la venganza como Park Chan Wook
me dices
que resbalo por secuencias de Kar Wai Wong,
me dicen...
Me siento más perdido que las victimas de Cube,
descrito como un saco de huesos,
Mierda, Manderlay.
2046 me da cobijo a mi caida y mientras,
vivo,
evito como puedo mi hora 25.
Tengo dibujada tu última mirada.
Voy catando los venenos de los labios y palabras.
Y yo moriré despacio en un mar de linternas rojas,
mientras suenan las canciones de la fiesta de la flor dorada
Hago el mal pero con clase,
soy un Dillinger, un Langoliere
un Pendergast,
mi mundo es un mal engaño.
Necesito adrenalina para seguir funcionando
y no más cuentos de Asimov de pelirrojas,
no más daño.

miércoles, 22 de julio de 2009

pueden sonreir




vuelven las ganas de dibujar.

martes, 21 de julio de 2009

La linterna roja (1/2)

Me levanté y miré por la ventana dando la espalda a mi interlocutor. Hacía horas que había oscurecido, aunque aun era temprano. La lámpara que me regalaron mis compañeros de trabajo, una imitación de las linternas rojas japonesas, bailaba con el soplo de la brisa marina. Si me esforzaba, podría ver alguna estrella brillando tímidamente en el infinito cielo nocturno. Pero estaba demasiado cansado.
De repente me invadió un odio terrible hacia la persona que estaba sentada en el curtido sofá del salón. Quería irme. Quería dejarme caer, cerrar los ojos y dormirme allí mismo, al amparo del aullido de los árboles y el viento, bajo la luz roja y vacilante de la linterna japonesa. Quería cortar cualquier conexión con la realidad. Pero tuve que girarme hacia ella.
Tan solo era otra más. Estaba allí porque pretendía obtener algo de alguien que no tenía nada. Era otra mentira, otra propuesta por aparentar. Era un último intento desesperado por darle sentido a su vida creyéndose que había conseguido enamorar a alguien especial. Era otro regalo indeseado en mi vida llena de linternas rojas.
—¿Qué miras?— me preguntaste con una sonrisa que pretendía ser coqueta.
(No miro nada. No hay nada que ver. Quiero irme a dormir. Coge la maldita puerta y…)
— Estás realmente hermosa hoy.
— Vaya… gracias…— fue lo que fuiste capaz de articular. Una autoestima sin fundamento cayó sobre tus hombros y enrojeciste, intentando galantear con los silencios. Silencios que eran míos hasta que te invitaste a entrar.
Ahora que había decidido quedarse, tenía que despejarme. Por mucho que diga la fama que me precede, no estoy muy acostumbrado a visitas. Encendí la televisión para poner un colchón de fondo a nuestra conversación sin sentido, para tener algo que mirar.
El tiempo siguió deslizándose a la misma velocidad a la que solía hacerlo. Fuera, las farolas rojas se empapaban de una lluvia fina. Dentro salpicaban algunas gotas de conversación mientras un magazine de noche mezclaba actualidad con humor en el televisor. Tras un breve periodo en el que ambos nos quedamos callados, el presentador dio paso a un video en el que un par de políticos discutían con unas voces dobladas bromeando sobre preservativos, y la chica que tenía al lado aprovechó para apoyar su cabeza en mi hombro.

martes, 14 de julio de 2009

Cuando no existan las sombras

Era el momento.
El sol se había decidido al fin a esconderse tras las montañas más lejanas, dando paso a un cielo sangrante de vidas ajetreadas, quizá más de las que debería soportar. Las nubes se aglomeraban alrededor del último bostezo del día, como intentando amarrar al sol con sus manos de humo. Justo enfrente el panorama era muy distinto. Por los árboles que indicaban el comienzo de los dominios de la noche, empezaban a abrir los ojos tímidamente las primeras estrellas. Y las sombras desaparecían.
Era el momento de salir de casa, al fin.
Cuando lo vio oportuno, con la precisión matemática que tan solo puede otorgar años de experiencia y monótonas costumbres, Daniel salió de su pequeña casita lindando con el bosque, ligero como sólo él, que no compartía el mismo suelo que su sombra, podía caminar. En el cielo no quedaban más que los esbozos de lo que fue otro día, y un tarro de tinta china derramada en el Este empezó a resbalar por los agónicos bostezos solares.
El muchacho sonrió al volver a ver la Luna. La misma sonrisa de pura tristeza que sólo podía permitirse a la soledad del ocaso. Cuando el Sol se escondía, cuando el mundo parecía entrar en una especie de letargo nocturno y el núcleo vital se recostaba para retomar fuerzas, era el momento. Cuando no existían las sombras, era el momento de Daniel.
En verdad, siempre hacía lo mismo. Sus movimientos parecían marcados por una rutina digna de la más estricta de las diócesis. Las posibles variables oscilaban entre su paseo a las orillas del estanque, donde la luna se reflejaba poéticamente en el agua, en un romántico pellizco que a Daniel se le antojaba vulgar, pero si alguna vez entrelazaba los dedos con una chica y caminaban bajo la atenta mirada de las estrellas, irían allí, donde les esperarían las ranas vestidas de gala, y los grillos darían el concierto para el cual tanto tiempo han estado ensayando… porque los libros predicen que ella se derretiría, y probablemente llegara a descubrir a qué saben los besos.
La otra opción era adentrarse en el bosque. Ya no necesitaba que el indeseable le mostrase el camino, porque él podía alumbrarse de luciérnagas que no veía, de astros que observaban, abrazados por la única sombra que envolvía todo. Caminaba bajo árboles monocromos buscando compañía donde no la había. Era el momento de sentirse un igual con un mundo sin sombra, a la sombra del mundo.
Daniel había vivido siempre con un testigo menos de sus pasos, ya que desafortunadamente ya no tenía sombra que caminase con él. Había estado recluido en su hogar desde que tomó su primera bocanada de aire, encerrado en un delimitado mundo lóbrego, fosco como el amigo que no tenía. Nunca había visto qué era lo que le faltaba, o lo que le faltaría si le llegase a alumbrar alguna luz, pero ese frío era el claro sinónimo de que le faltaba algo, de que algo no funcionaba como se supone que debía funcionar y, bueno, él nunca vio necesario comprobar algo que no existía, intentar ver algo que faltaba, como jugar a darle forma a las nubes de un cielo impoluto de verano.
La noche era el momento, porque las sombras tenían mejores cosas que hacer, o quizá temían, huían y se escondían en un refugio clandestino, lejos de los ronquidos y los sueños que nunca verían. O simplemente también necesitaban dormir.
Pero Daniel sabía la verdad. Formaban parte de un todo, de una unión mística a la que no pertenecía. Cada sombra era un desgarro a la noche, como un último intento de las almas que tienen que abandonar las estrellas para enfundarse en un traje de vísceras y humedad, como el pataleo de un crío que no quiere entrar a su primer día de escuela, así se aferran las almas a su hogar, y lo despliegan sobre suelos, paredes e instrumentos, intentando mantener a raya la luz del día, lo absurdo de lo terrenal.
Y a la noche, tras la muerte del indeseable, todas las almas dormían con los ojos abiertos, desplegando su pedacito de cielo y cubriéndolo todo de noche, soñando su vida, y viviendo los sueños de las personas.
Daniel gozaba una vez llegado este momento, aunque para ser sinceros, él también añoraba algo de cielo durante el día. Por lo visto, sólo las almas tenían derecho a ello, y jugaban a contar estrellas en sus sombras.

sábado, 11 de julio de 2009

Miedo a salir


¿Recuerdas cuando te asustaba la oscuridad? Mamá dejaba la puerta entreabierta para que se filtrase un hilito de luz tan escuálido pero al mismo tiempo tan necesario...
¿Cómo ha podido cambiar tanto todo? ¿Qué hiciste para empezar a temer la blanquecina y acusadora luz del sol?
Desde luego avanzas, no te queda otra. Con la oscuridad alojada en lo más profundo de ti, y cerrando los ojos y dejando que el vacío te envuelva cuando todo se vuelve demasiado real.
Cuando pretendes vivir.

martes, 7 de julio de 2009

Hallway of Always



—Me alegro de que finalmente decidieras venir conmigo. ¿Puedo preguntar qué te animó?
—No se. Me apetecía hacer un pequeño viaje, contigo. Estás a tiempo de dejarme en casa, ¿eh?
No necesitaba mirar hacia ella para saber que bromeaba. Sus gélidos y agradables ojos estarían fijos en mi, con una ceja semilevantada (la izquierda), y una sonrisa picarona. Pero seguí con la mirada fija en las líneas de carriles de la carretera.
Apenas hacía veinte minutos que habíamos salido, rumbo al este, con la intención de pasar una semana de relax en una casa que yo tenía en la costa. La casa en si no es gran cosa, pero está dispuesta apartada de todo, incluso del mar, a unos 80 metros de altura. Las vistas del acantilado sobre el que está emplazada son preciosas. Por norma, mis escapadas hacia allí eran en solitario, pero mi amiga decidió apuntarse a última hora. Y yo, encantado. Pasar una semana con ella podría ser una gran experiencia, además, cabía la posibilidad de que eso diese lugar a…
—¿Te importa si ponemos música? No es que me aburra, pero me gusta viajar con música.
Ahora sí la miré de refilón. Le dediqué una sonrisa inocente y volví a centrarme en lo mío.
—Claro. Puedes poner lo que prefieras, los discos están en la guantera. Estamos atravesando una zona montañosa, por lo que no podremos sintonizar la radio hasta, al menos, dentro d unos 100 Km.
—Pero aquí solo hay un disco…
—Por eso te di a elegir. Ponlo, es mi preferido.
Sin dejar de mirarme algo confusa, introdujo el CD en el reproductor. Yo intentaba aguantar la risa y, cuando la sonrisa estaba empezando a asomar peligrosamente en mi cara, aproveché que el volumen estaba demasiado bajo para subirlo y despegar de esta forma sus ojos de mi cara. Lo ajusté al nivel 11 de estéreo, ecualizado para Jazz, como siempre.
Ella se recostó contra la ventanilla y se quedó escuchando en silencio la canción “Hallway of always”. Cuando pasaron un par de minutos, se removió en su asiento y dijo:
—Es triste.
—A mi me parece bonito.
—Bueno… no he dicho que no lo sea, pero no es música de carretera. Necesitas más ritmo, si no, te vas a quedar dormido al volante.
—Vaya… ¿dejarías que eso pasara?
—¡Claro que no! Bueno, sino me quedo dormida yo antes.
—Puedes quitar el disco si quieres.
—No, me gusta.
Tuve que reducir a tercera por una curva más cerrada de lo normal. Ella siguió el movimiento de la palanca de cambios. Luego, se asomó repentinamente por la ventanilla, como si hubiera visto algo interesante, pero finalmente se echó sobre el respaldo del asiento y sentenció:
—Eres raro.


—No pasan muchos coches por aquí, ¿no?
—Pues no, no es una carretera concurrida. Por eso me gusta. Además, el paseo es precioso.
—No he visto un solo coche desde que entramos en ella.
—Puede ser.
—¿Seguro que está permitido circular por aquí?
—Claro que sí.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Siempre lo he hecho.
—¿Siempre?
—Siempre. Mira, creo que abrieron una autovía, por eso la gente no viene ya por aquí.
—¿Y por qué no tomas tú también la autovía?
—Ya te lo dije, me gusta este camino. Es bonito.
—Y triste.
Le dediqué una mirada y una sonrisa fugaz. Me encanta cuando hace eso. Ella seguía mirando por la ventanilla.
Llevábamos ya un tiempo cruzando un bosque tupido. Las distintas variedades de gimnospermas que tapaban la carretera por la que circulábamos formaban como un túnel verde, frondoso y tan oscuro, que en días poco soleados, tenía que encender las luces.
—¿Siempre vienes solo?
—Creía que estabas conmigo.
—Bueno, quiero decir… sino hubiese venido yo, habrías venido igualmente, ¿no?
—No lo se. ¿Y si me hubiera dormido por el camino?
Se le escapó una sonrisa. Yo se la devolví y le acaricié el muslo izquierdo. Sin apartar la mano, le dije:
—Me alegro de tenerte aquí.
—¿Porqué?
—Simplemente por ser tú.
—Tú también eres especial para mí.
—Bueno, hay muchos tipos de especial, así que…
—No. Tú tienes una categoría exclusivamente para ti.
—¡Vaya! ¿Estás segura?
—Por supuesto que sí, señor triste.
—En cualquier caso… no vuelvas a interrumpirme cuando voy a empezar una explicación.
Intentó indignarse, pero reía con los ojos. Se dedicó a mirar el paisaje, ahora sin disimular la sonrisa, y agarrando con delicadeza mi mano. Primero acariciándola, y poco a poco, apretándola. Una mano suave, cálida y tímida, pequeña y fina. Su mano mantenía a la mía en su muslo mientras teníamos una conversación grata, banal e ingeniosa. En el reproductor, el CD, que ya había dado un par de vueltas, empezaba una nueva canción, pero ella no escuchaba, solo reía y reía mis bromas sin dejar de mirarme. Se le notaba feliz, llena de esa sensación de nerviosismo histérico de las ansiosas y sobrevaloradas primeras veces. Yo sentía que nos acercábamos lentamente al punto donde los dos siempre quisimos estar, pero aun era pronto para imaginar, de modo que sugerí:
—Te noto feliz.
—Claro que sí. ¿Cómo no iba a estarlo?
—¡Me encanta eso! Pero, ¿puedo preguntar qué es lo que te tiene tan contenta?
—Pero si lo sabes de sobra.
—Pues yo no estaría tan seguro. Dímelo.
—Imagínatelo.
—No me gustaría equivocarme. Ayúdame.
—Venga ya, no me hagas decirlo…
En este punto, se sonrojó, soltó mi mano y se hizo la indignada.
—¿No me lo vas a decir?
—¿Por qué te crees que estoy aquí contigo?
—Porque quieres desconectar, pasar un fin de semana agradable sintiendo la brisa marina en lo alto de un acantilado o quizá…
—No es nada de eso, idiota. Antes te dije que eres especial. Lo único que me importa del “aquí y contigo” es el “contigo”.
—¿Lo dices en serio?
—Sí… siempre me asustó un poco esa perspectiva, pero he decidido que… ¡qué demonios! La vida son dos días, ¿sab…?
Y de repente todo calló. Yo miraba al frente, a la carretera, y a pesar de no querer volver la cabeza, porque sabía qué me encontraría, miré, justo para ver cómo se precipitaba de frente todo lo que el cinturón de seguridad dio de sí. Sabía que sus labios ahora estaban sellados. Sabía que sus ojos se habían vuelto vidrios vacíos. Sabía que estaba muerta a mi lado, inclinada hacia adelante, con el pelo cubriendo lo que ahora eran cristales.
“You had it all… you had it all”
No podía estar pasando. No de nuevo. ¿Qué hice mal esta vez? ¿Qué se supone que tengo que hacer para no perder a quien deseo, sin ni siquiera tener la oportunidad de amar?
Tuve que parar el coche en el arcén. Las lágrimas me impedían seguir conduciendo. El peso del vehículo hizo crujir hojas secas y ramas rotas. La luz se filtraba a duras penas entre el denso follaje, y bajo esa luz me derrumbé al lado de su cadáver. No pude gritar o maldecir. No podía culpar a nadie… ya no sabría a quién, no se me ocurrían más nombres. Cuando conseguí mirarla analíticamente, vi lo que esperaba ver. No era una muerte normal. Su cuerpo no se pondría rígido hasta dentro de un día o dos. Nunca olerá a descomposición. No podré pasar la mano por sus párpados para evitar ese reflejo carente de emociones de lo que hace unos minutos eran sus ojos. Me sentía incapaz de decidirme por alguna emoción… estaba furioso y avergonzado al mismo tiempo, pues había caído en la misma trampa de siempre, pero me resultaba imposible ilusionarme, pensar que esta vez sería distinto. Por otro lado estaba muerto de miedo. Era evidente que, por mucho que me empeñase, nada iba a cambiar. No tenía ni idea de porqué, pero había encontrado una condena que me perseguiría.
Miré su mano, inerte sobre su muslo, justo donde había estado la mía. Finalmente arranqué el coche de nuevo y encendí las luces. Todo se había vuelto oscuro. Siempre llego a oscuras, por mucho que madrugue. Inicié la marcha de nuevo, sin lágrimas, sin ganas, sin fuerzas, ni esperanza. Solo una acompañante muda a mi diestra, y la eterna música del reproductor que cantaba el último estribillo con una graciosa variable:
“You had it all… you had it all… or that’s what you thought”.



Apagué las luces y el motor. El coche quedaba estacionado al final del camino de tierra que subía hasta la casa. Ante mí se extendían unos 30 metros de jardín poco cuidado hasta la entrada principal de la casa, y detrás de ésta, el mar rugía hambriento y amenazante contra las rocas, a pesar de lo tranquila de la noche. No esperé a encender las luces de la casa para tirar del montón de carne, huesos y cristales estoico que había viajado conmigo hasta el borde del acantilado. Pesaba muchísimo, y aquel lugar conseguía engañarme hasta el punto de parecer insuflarle vida, pero ya se que su intención es hacer que todo esto duela más. Y puede. Puede doler mucho más.
Me detuve al filo del acantilado, donde las hierbas se hacían cada vez más pequeñas y la brisa lamía el rostro inundándolo todo con su olor y sabor. Volví a plantearme lo de siempre. Volví a ejercer la introspección y a decirme que esto tendría que acabar, que la ilusión solo conlleva dolor y una caída tan alta como este acantilado. Me volví para cogerla y la dejé caer al mar. Volvía a sentirme pesado, viscoso y tibio. Sonó un golpe seco y cristales rotos. No me asomé en ningún momento, de todas formas era de noche y no habría visto mucho. Me volví a casa, cené lo primero que encontré sin usar la cocina y me dormí sin desvestirme.
A la mañana siguiente hacía un día espléndido. El mar estaba tranquilo, como si no hubiese pasado nada. Aquí no ha muerto nadie. Aquí nadie ha estado, de nuevo, a punto de tenerlo todo, tenerlo todo y quedarse sin nada, como siempre.
Monté en el coche para volver a la ciudad. Arranqué y di la vuelta en un hueco que había junto al camino de tierra. No puse música. Dejé la casa atrás y miré por el retrovisor para echarle un último vistazo, aunque sabía que volvería. A la luz de la mañana, la casa quedaba inundada por destellos que provenían de abajo, donde las olas movían ligeramente los cadáveres de todas aquellas chicas a las que he intentado acercarme. Un mar de ojos de cristal que parecía no dejar de crecer asomaba mediante destellos en la fachada de mi casa y, aunque yo no quería contribuir a ello, se que volveré a alimentarle, ayudaré a que ese montón de cadáveres blanquecinos y deshidratados siga creciendo, iluminando mis mañanas con fulgores de reproche.
De veras siento haber hecho esto a todas esas chicas, pero no puedo evitar sentir algo de esperanza. ¿Porqué no iba a cambiar? De echo, se que a pesar de este dolor volveré a la ciudad, volveré a sentir algo y la imperiosa necesidad de volver a recorrer esta misma carretera, de noche y en silencio, pero acompañado.

lunes, 6 de julio de 2009

Making of



Pues este es el proceso de dibujado de Mar... la verdad esq el pelo me quedó un poco raro... perdí los nervios y decidí dejarlo de lado.

El montaje me lo ha hecho Kain Sirkot, que soy bastante tonto para hacer estas cosas.

jueves, 2 de julio de 2009

No Juego Con Trampas



Cojo mis cosas y me voy
No tiene sentido este juego
No tiene sentido jugar si siempre me la quedo...