martes, 30 de junio de 2009

No soy tu héroe (Parte 2 de 2)

− Mira lo que has provocado, gilipoyas. Ya te dije que íbamos en serio. Dámelo de una puta vez. Dámelo si no quieres acabar como ella − decía mientras me agarraba de la chaqueta.
Miré atrás un instante, para verla agonizar. Volví a mirar al frente, y vi a tres hombres enfadados y peligrosos y una pistola apuntándome a la cara que lo afirmaba. Medité brevemente sobre sus palabras y pensé que si quería algo de mí, podía cogerlo directamente, pero por supuesto me lo guardé para mí. Abrí la boca para decir algo, pero la volví a cerrar.
Hasta este momento no había sentido nada, tan solo confusión. Las emociones parecían un conglomerado indefinido y aún no me había decidido por ninguna, pero poco a poco, como a lo lejos, empezó a esbozarse la ira, la rabia, la locura… y yo simplemente me limité a suavizar las formas.
Tomé el brazo del individuo y noté la vida que iba a arrebatarle. Hasta entonces lo desconocía, pero la vida fluye, no de una forma metafórica, sino literalmente. Tiene forma y color. Tiene cuerpo, y vibra y, cuando la sentí vibrar, tuve la sensación de que debía hacer algo con ella; si puedes manipular algo, tienes la tentación de hacerlo. Y eso hice.
Sus ojos me miraron con miedo, pero un miedo cálido, agradable, aunque supongo que tan solo a mi me resultaba agradable. Acto seguido, de su cuerpo salió un polvo que empezó a esbozar tentáculos púrpura. Tenía un aspecto gelatinoso y etéreo al mismo tiempo y, conforme ese concepto uniforme abandonaba el receptáculo que ocupaba, los ojos se tornaron vacíos y comprendí que ese polvo purpúreo era su esencia.
Luego se desplomó sin más.
Su vida se escurría por mis manos sin dejar marcas y entonces me asaltó la necesidad de saber si la esencia de cada persona era especial, individual, única. Mientras, los dos asaltantes me miraban con los ojos desorbitados. Cuando nuestras miradas se cruzaron el miedo les lanzó sobre mí, pero desde el principio estaban acabados.
Fui cruel. Sentía que tenía que serlo. Tenía que impartir justicia, aprovechar de alguna forma este nuevo poder del que disponía y no había nadie mejor para comprobar mis limitaciones que esos dos desgraciados. Me imaginé con una indumentaria acorde con la situación e intenté pensar algo ingenioso, alguna frase para la posteridad, pero nunca se me dieron bien esas cosas, así que hice frente a este acontecimiento con lo puesto e improvisando. Y no salió tan mal.
Lancé con fuerza un puñado de cristales amontonados en el suelo contra uno de mis atacantes, que empezó a gritar en cuanto cambió su trayectoria. El otro, el del bate, tuvo la oportunidad de creer que conseguiría alcanzarme hasta que el bate estuvo a apenas 20 centímetros de mi rostro, justo cuando saltaron como astillas el cúbito y el radio de su brazo derecho con un sonido seco, como a madera podrida. El bate cayó al suelo y el desgraciado comenzó a chillar con todas sus fuerzas. Aún le quedaban más fuerzas, pero ya las usaría más tarde.
Con el coro de aullidos de fondo, me giré para ver a mi otra víctima, que se revolvía sin sentido intentando arrancarse los pedazos de vidrio incrustados bajo la epidermis. Esperé un poco para que pudiera recomponerse, aunque más bien lo que pretendía era dejarme ver. Quería ver sus ojos temblando al verme frente a él de nuevo. Quería que sintiera cómo se le acababa, ante mi presencia, un mundo entero para huir. Esperé hasta que la sangre que le cubría los párpados le permitió ver mi silueta y entonces, con un par de pasos largos y rápidos, llegué hasta él y atravesé su estómago con mi mano, como si fuera la punta de una lanza, hasta que sentí la brisa del callejón rozando mis dedos, ahora cubiertos de sangre que goteaba. Nuestros hombros estaban pegados. Había atravesado su cuerpo con todo lo que me daba el brazo de si, y aunque desde mi posición no podía ver su rostro, sabía que tenía los ojos tan abiertos como era capaz, a pesar de los cristales. Estuvimos en esa posición unos pocos segundos. Yo escuchando su respiración y él intentando hacer llegar el aire hasta sus pulmones. Cuando pensé que el dolor había alcanzado su punto máximo, comencé a sacar mi brazo de sus entrañas hasta que este quedó completamente fuera. Allí donde había estado no había rastro alguno. Ni sangre, ni ropa desgarrada, ni nada, pero él se desplomó para empezar a agonizar en el suelo como si no pudiera creer lo que había pasado. Yo por mi parte, me sentía un científico experimentando con un par de cobayas con mala fortuna, y en mi mente iba apuntando cada movimiento para futuras pruebas.
Al girarme, pude ver que mi otro sujeto para experimentos estaba huyendo a duras penas, sujetándose el brazo quebrado lo mejor posible en un burdo intento por evitar el dolor. Lo hacía despacio, haciendo el menor ruido posible y sin volver la mirada en ningún momento. Le dejé creer que podría huir, y cuando me aburrí agarré el aire y lo traje hacia mí, trayendo con ese mismo movimiento algo desde dentro de él. Su pecho se hundió y su boca emanó bilis, como si fuera una fuente macabra. Se desplomó aun encorvado, de modo que su frente golpeó el asfalto y empezó a ahogarse con sus propias entrañas mientras empapaba el callejón.
Su amigo seguía en el suelo, intentando recuperar el aliento, aunque de sobra podía respirar, solo que se veía incapaz de hacerlo. Con tan solo quererlo sellé sus labios y taponé sus orificios nasales. Empezó a retorcerse sobre los charcos de agua de riego. Yo, me senté para ver cómo moría. Me sentía cansado, pero sólo mentalmente hablando.
Entonces recordé que había dejado a mi novia tendida en el suelo, agonizando. Si había sido capaz de arrebatarle la vida a tres individuos, me veía capaz, por supuesto, de dársela a la persona a la que amaba, así que fui hacia ella y la encontré tal y como la dejé, temblando débilmente y empapada de sangre. Me tumbé a su lado y miré a través de sus ojos vidriosos. Estábamos tan cerca que mi respiración hacía temblar los pocos pelos que caían por su frente.
De repente sentí un frío intenso en el costado. Era un frío que quemaba, y el mundo empezó a alejarse mientras yo me preguntaba dónde demonios me quedaría entonces. Ella seguía enfrente, pero sus ojos ya no tenían vida. Seguía temblando, sí, pero entonces me di cuenta de que era yo el que lo hacía. A mi alrededor el ambiente estaba cargado del vaho, del mismo vaho que yo escupía, y mi cuerpo tiritaba con fuerza, de modo que ella también lo hacía.
Escuché unos pasos a mi lado. Quise girarme para ver de quién se trataba, pero no podía moverme.
— ¿Cuánto hay en la cartera?
Sonidos de cuero frotado y monedas cayendo al suelo.
— ¿Estás de broma? ¿Por esta miseria hemos disparado a esa chica y apuñalado a su novio?
— ¿Qué quieres que haga? ¿Cómo iba a saber cuánto dinero tenía encima?
— ¡Callaos! Creo que la chica puede tener algo de valor encima.
Sentí como un individuo se inclinaba sobre nosotros. Vi un cuchillo rojo de sangre (de mi sangre) que rodeaba el cuello de mi chica. Se introdujo entre la nuez y el colgante de plata que le regalé y lo arrancó de un golpe seco. El cuerpo inerte de mi novia se tambaleó como una muñeca de plástico sin articulaciones. De fondo escuchaba a los asaltantes que discutían sobre lo ocurrido. Las gotas de las macetas caían aun desde los balcones sobre los charcos que habían provocado. El hombre que se inclinó sobre nosotros se dirigió hacia donde estaban sus compañeros.
— Ha sido culpa de ese tío, ¿vale? No debió intentar hacerse el duro…
— Mirad. Creo que por este colgante sacaremos algo más de dinero. Ahora deberíamos irnos antes de que alguien pueda vernos aquí.
Entonces los pasos empezaron a desaparecer por el callejón, y poco a poco solamente quedó el eco de lo que allí había pasado.
Mis ojos no dejaban de mirarla. No podían mirar otra cosa, pero tampoco quería hacerlo. Frente a mi la prueba irrefutable de que, de nuevo, he estado soñando. En mi costado, una herida abierta de donde emana con sarcasmo mi última oportunidad para demostrar que soy algo más de lo que había a simple vista. No soy un héroe, aunque sus ojos vacíos parecen no reprocharme nada.

viernes, 26 de junio de 2009

martes, 23 de junio de 2009

No soy tu héroe (Parte 1 de 2)

Salíamos de tomar algo, mi chica y yo, no muy entrada la noche. Ella llevaba un vestido simple, pero que me encantaba… nunca olvidaré ese vestido. Yo iba como siempre, la verdad es que no soy muy cuidadoso en los detalles. No era un día especial, ni oscuro ni vacío. No salía humo de las alcantarillas y el aire no se cortaba con el aullido de un lobo. A mi nunca antes me habían atracado, por lo que mis referencias a ello las obtenía de libros y películas y aquel día descubrí que no eran muy fieles representando el momento.
Tomando una esquina para entrar en una calle limpia y bonita, mientras el brillo de las farolas se reflejaba en el suelo empapado por las macetas recién regadas, oímos un ruido demasiado fugaz, por lo que no le prestamos su debida atención. Ya cuando llegamos a mitad de la calle el ruido se repitió, y esta vez parecía que no le importaba ser escuchado.
Mi novia parecía no haberse dado cuenta, pero yo siempre estoy alerta. No es por miedo, es porque poco a poco fui aprendiendo a mantenerme al acecho, los músculos tensos por si hay que saltar en cualquier momento, pero tranquilo. Es el equilibrio quien consigue que los extremos sean útiles.
Me giré y vi una silueta entrando en la calle detrás nuestra, a uno 50 metros. Escuchamos otro ruido, esta vez un golpe, esta vez los dos, y ella se pegó a mi como si pretendiera meterse entre mis vísceras. Cuando miré al frente de nuevo me percaté de que ella había visto a otras dos siluetas que venían de frente. Yo intenté transmitirle la tranquilidad que había desarrollado, aunque mi corazón empezó a latir con violencia y, seguramente, ella estaba sintiendo sus pálpitos a través de mi pecho. Empezamos a andar de nuevo, como si no hubiera nada en esa calle, pero aquellos tres individuos se habían propuesto perturbar nuestro paseo.
− ¡Venga ya! No pretenderás hacerme entender que no nos has visto, ¿verdad?− decía el hombre que venía por donde habíamos entrado. Parecía que se divertía.
Nosotros seguimos caminando intentando no escuchar sus palabras. Ella había empezado a temblar, y clavaba sus uñas en mis brazos. Creo que a una distancia de 50 metros pareceríamos serenos. A menos de eso, lo dudo.
Yo ya no tenía tranquilidad que transmitir a mi novia. Sentía como una especie de hormigueo en las piernas, como si se fueran a doblar en cualquier momento. Aunque la calle no era estrecha, no podía ver salida esquivando a tres individuos. Cada vez andábamos más despacio. Teníamos que empezar a afrontar que iba a pasar algo.
Cuando las luces y la distancia me permitieron ver con claridad a los dos asaltantes que nos venían de frente, me sentí enormemente decepcionado. Eran personas normales. No iban vestidas en chándal ni llevaban un gorro de lana en su cabeza. Estaban afeitados, andando serenos y decididos, y cuando sonrieron, no dejaron al descubierto su dentadura podrida y quebrada, sino más bien una fila de dientes que iluminaron gélidamente las luces de las farolas. Dos personas normales que nos miraban divertidos, y que se acercaban sin prisa portando algo en sus manos con lo que jugaban. Algo mate y aparentemente contundente.
En ningún momento se me ocurrió gritar, ni se me ocurriría más tarde. No es que no me saliera la voz, es que ni se me pasó por la cabeza. Estaba en medio de la calle, estrechando a mi chica contra mi pecho, intentando andar, pero tenía la sensación de que iba a pasar algo, y no podía obviarlo. Pasaron segundos hasta que los pasos que tenía a mis espaldas se detuvieron con teatral sonido. Me giré a pesar de que me negaba a hacerlo. No tenía el más mínimo interés en ver su rostro.
− Creo que puedes ayudarnos − comenzó a decir.− Tienes algo que andamos buscando. No tenemos mucho tiempo, así que nos gustaría terminar lo antes posible.
− ¿Perdón?− me sentía confuso.
− En serio, no pierdas el tiempo…
− No se lo que andas buscando, de verdad. Estaba tomando algo con mi novia… no tengo nada que pueda interesarles.− La cabeza me empezó a doler. Lo recuerdo porque era un dolor intenso y agudo. Nuevo. Apenas podía articular las palabras sin sentirme estúpido, tartamudeando. Empecé a caer lentamente a los brazos del pánico.
− ¡Mira por dónde! ¡Ahora resulta que no tienes nada!− decía una de las voces que venían de frente.
− Por favor, dales lo que quieren…− gimoteó mi novia.− Por favor…
Yo me sentía cada vez más confuso. No sabía quiénes eran aquellos hombres, y por supuesto no sabía qué es lo que tenía que darles. Miraba a mi alrededor, como si alguna de aquellas paredes sucias pudiera darme una respuesta. Volví la vista de nuevo al que parecía el jefe, con quien hablaba, que me miraba serio. Un hombre de unos 40 años. Normal. Todo era jocosamente normal, pero yo seguía perdido, sin entender nada.
− Amigo mío, la interpretación no es lo tuyo − me decía mientras consultaba su reloj de pulsera.− Ya conoces a mis compañeros. A mi no me gusta la violencia, pero a ellos…− hizo un gesto con la cabeza señalando a los aludidos −… ellos se lo pasan en grande. Además, ya tienen cierto rango, de modo que no tienen que preocuparse por limpiar lo que ensucian.
Sus ojos me penetraban. Me sentía violado. Ella rompió a llorar desconsoladamente al fin. Yo mientras tanto pensaba en lo fácil que sería ser matón. Bueno, si es que eran matones. Me gusta recalcar esto. No tenía ni idea de quiénes eran esos hombres ni qué querían de mi. Solo se que seguramente obtuvieron a cambio algo muy diferente de lo que esperaban.
Un fuerte ruido despejó mi mente saturada y espesa. El bulto que llevaba en la mano uno de ellos era un bate de béisbol negro, con el que había golpeado un contenedor de reciclado. Su acompañante sacó lo que me pareció una navaja, y la sonrisa que portaba mutó hacia una mueca desagradable. Me volví de nuevo hacia mi interlocutor, que parecía desarmado, y, consciente de que cada segundo de indecisión sería estar un poco más cerca de las armas blancas, me lancé contra él por instinto, golpeándole con todas mis fuerzas en la mejilla. A continuación tiré del brazo a mi chica, arrastrando de ella, que para nada se esperaba mi reacción. Por un momento pareció que se desarmaba, pero sin saber muy bien cómo, consiguió mantenerse erguida y emprendió su huída de mi mano. Atrás, los matones habían comenzado la persecución, pero contábamos con una pequeña ventaja en la distancia y una vida sana y deportista. Podíamos hacerlo.
Podíamos hacerlo, pero sonó una detonación magnificada por el eco. Por un instante el tiempo pareció detenerse ahí. Podía ver con claridad cómo las farolas escupían su cálida luz anaranjada sobre nosotros. Era capaz de distinguirlo todo, como segundos antes, pero ahora sin ruido. Parecía que esa brutal detonación hubiese destrozado mis tímpanos. No escuchaba las voces de mis perseguidores, ni el ambiente, ni mi respiración. Tan solo un sonido enlatado y envolvente que daba sensación de desaceleración, como si todo fuera a cámara lenta. Por un instante el tiempo decidió alargarse para dar relevancia al momento. Y al siguiente instante me encontraba corriendo, arrastrando por el suelo un peso muerto, agarrándolo con mi mano.
Al volverme todo volvió a cobrar sentido, como una bofetada o un cubo de agua fría. Los matones estaban a varios metros de distancia aun. Mi chica caía lentamente mirándome a la cara, como buscando una explicación. Y detrás suya se encontraba la persona a la que había golpeado, tras una tímida cortina de humo procedente del cañón de su pistola. El cuerpo de mi chica hizo un ruido sordo al caer e, instantáneamente su columna se encorvó en una especie de espasmo. Yo había detenido mi huída y me encontraba vuelto hacia la escena con la culpa recorriéndome la piel. Había dado por supuesto que ese hombre estaba desarmado. Había hecho que la persona a la que amaba recibiera un disparo, aun no sabía dónde, pero seguramente mortal.
Mientras yo me agachaba para rodearla con mis brazos, los matones se ponían a la altura de su jefe, asegurándose de que éste se encontraba bien. Los ojos de ella me miraban suplicantes, y su boca parecía tantear el aire, rebuscándolo entre la saliva que segregaba abundantemente. Sus senos se movían frenéticamente arriba y abajo, llenándose a cada bocanada de un aire enfermo, una mezcla de desilusión y pólvora, y una mancha oscura brotaba de algún lado, envolviéndolo todo. Envolviendo hasta mi mente.
Cuando volví a mirar al trío de asesinos, éstos se encontraban a pocos pasos de mí. Su mirada se había tornado maliciosa y oscura. Ahora sí eran como en las películas, por lo que me sentí extrañamente aliviado. Ahora tenía la sensación de que me enfrentaba algo conocido. Pero todo seguía siendo de un realismo demasiado crudo.

miércoles, 17 de junio de 2009

Escarcha

Y si por mi fuera,
calmaría el ansia de esta fiera en mi,
cambiaría como tiempo que me encierra aqui.
Por que colman mis colmenas los lamentos,
y es tan lento el perecer...
¿cómo te encierro si soy yo el que está dentro?
a ver,

dime qué cambia si seguimos siendo tú y yo.
Cómo no
alguien tenía que estrellarse.
Déjame decirte que aun hay tiempo hasta el eclipse,
que me tiembla hasta el decirte amor,
y que las victorias no se siembran,
se reciben.

Yo ya me froto las patitas
mientras brilla el suelo aqui.
Firmaría una derrota con tal de evitar sufrir.
Por mi que se caiga el mundo mientras no sea sobre mi,
y que si lloras sea por otro.
Yo ya me corregiré, descuida.

Cada lamento es otra vida.
Tengo el comedor repleto de fabulas que no comprendo.
Y se me escarchan los sentidos,
se congelan mis fluidos,
si veo de lejos el invierno.

domingo, 14 de junio de 2009

Nuestra última conversación

- A ver.
Miré a mi alrededor buscando algo con lo que apoyar mis ideas, alguna especie de soporte que diese forma a mis interpretaciones. El día estaba tan solo manchado por algunos rasguños de nubes allí por donde se confunde el horizonte, y la luz del sol de media tarde calentaba tímidamente el aire cortante de invierno. El camino donde estábamos parados se bifurcaba a unos 200 m de nosotros, y el resto del paisaje era una gran explanada moteada con algún matorral intrépido que daba cobijo a pequeñas plantas que encontraban en él su refugio para la crudeza de los vientos invernales. Como no había nada que me sugiriese material para seguir hablando, me volví hacia mi acompañante que me esperaba con una mezcla de fanfarronería e impaciencia.
- Mierda, a ver cómo puedo explicártelo…- odio cuando me mira de esa manera.
- No tienes nada que explicarme. ¿Por qué te cuesta tanto asumir que estás equivocado?
- No, no estoy equivocado-. Mis palabras brotaban lentas, como la savia en los árboles, pues mi mente seguía ocupada buscándole palabras a mis ideas.- no estoy equivocado…
- ¿Sabes? Hace mucho ya que dejé de verte con esa máscara que te empeñaste en usar. Eres más simple que todo eso, pero parece como si no destacar fuera más duro para ti que la misma muerte.
Me puse rígido. Sabe perfectamente que mi meta nunca ha sido destacar. Destacar es tan solo un paso irremediable para alcanzar cualquier gran meta, y eso es precisamente lo que hace que un hecho sea grande. Que sea único. Por primera vez en mucho tiempo noto como si estuviera desnudo, no al amparo de esa dichosa máscara que la gente que dice conocerme me coloca hasta la asfixia una y otra vez en mi rostro. Por lo visto es más fácil relacionar los movimientos atípicos con llamadas de atención para un público somnoliento.
El problema es que su indeseable estupidez, su falta de relaciones lógicas entre ideas preconcebidas, ha hecho que se esfume mi cálido abrigo de seguridad. De una estocada ha volatilizado la evidencia de mis palabras, la brújula de mi cruzada. Volver a empezar a explicar qué hace que yo sea ese bellaco lleno de ideas e idioteces hacía sentir mi cuerpo apaleado.
La miré con más pena en mis ojos de lo que deseaba mostrar. ¿De qué me servía tener una idea brillante si la única persona a la que puedo hacérsela llegar se empeña en acallarla, en desplazarla y ocultarla bajo lo más profundo de las entrañas del mundo de los pensamientos abortados?
- No importa- dije apartándole la mirada.
Siguió un silencio con el que parecía decirme: “quiero entenderte, pero no conocemos una misma verdad”, al que solo pude responder iniciando la marcha que minutos atrás se había detenido para dar paso a la discusión.
Por su cabeza podía estar bailando cualquier ser estrafalario, revolcándose entre montones de órganos viscosos y cantando a voz rasgada, que bien nunca lo habría sabido, porque su fachada solo mostraba una mujer aturdida, pero yo no podía entenderlo. Había sido ella la que había golpeado, yo me había limitado a derrumbarme por dentro, gritando, sí, pero el dolor se había concentrado en cualquier punto protegido por el esternón y su máxima expresión para con el mundo exterior había sido una súbita relajación de mis miembros, una sonrisa dolida y un mar de lágrimas retenido en mis cuencas.
No nos hablamos durante todo el camino de regreso. De hecho, nunca más volvimos a hablarnos y, aunque terminaron esos días helados, ese mismo frío decidió no abandonarme para nunca, por lo que se alojó muy dentro de mí.

sábado, 13 de junio de 2009

jueves, 11 de junio de 2009

Alfa

Tu recuerdo raspa
como tu parte de la esponja.
Los gemidos me recuerdan
que se esconde alguien más en mi.
Y al fin aparece algo,
envuelto en ceniza empapada,
y se me hunden más las piernas
aunque la idea sea escapar de aqui.

Todo está inmutable aguantando la tormenta
y así me llueva la amargura del querer volver en mi,
que por nosotros yo no entiendo
dónde entra la indiferencia,
que siguen pasando meses
y se me olvida resistir.

Pero aqui sigo
y existo, bajo este monton de piedras,
esperando a que vuelvas la mirada de una vez.
Porque me sabe a mal
tenerte como el alfa de esta brecha.
Cuando miles de cuellos asienten,
siento que no puede ser.

sábado, 6 de junio de 2009

Mi lugar

Por mi
que se caiga el cielo,
ya pisé demasiado.
Ahora quiero volar por dentro,
buscar las nubes de fuego,
nadar en asfalto.
Mirar a través de ser otra vez el que baila en la sombra.
Ese brillo destroza mi sueño.
Lo que una vez quise ser
quedará en mi memoria.
Es
como el cambio,
me hace esperar.
Sutileza en lugar de seguir pateando desiertos de cal
viva,
la tinieblas me dejan pasar.
yo
repaso el informe,
descalzo mi esencia,
y me siento deforme,
quedaré en evidencia, no importa
por mucho que tu mundo se esfuerce
solo yo ocuparé este lugar.

jueves, 4 de junio de 2009

Natura



Llámalo como quieras... consciencia, principios, creencia...
Yo me desgarro del mundo, levanto las raices y mudo mis hojas.
Dependo de la tierra, sí, pero no de este suelo.
Me sirvo de mi propio consuelo.
De cualquiera que empiece a llorar.

miércoles, 3 de junio de 2009

Máxima

Convéncete de que la quieres.
Mírale a los ojos y piensa
que has luchado a muerte por conseguirlos,
aunque sean regalados.

Inventa una historia entre medias
para dar coherencia al conjunto.
Empápate de sonrisas secas,
aunque sean sus lágrimas.

Créete que la necesitas y básalo todo en ello,
porque en verdad necesitas llenar ese vacío.
Aférrate con fuerza y llora.
Tu cordura está en juego.

lunes, 1 de junio de 2009

Niebla de horrores

Ando entre tinieblas,
apartando a mi paso el liviano pero presente peso del caos.
Paso los días, muerto,
rebozándome en canciones que nunca llegué a tocar.
Me dejo caer.
El cielo dilata mi controversia,
y mientras rezo,
me masturbo pensando en mañana...
dejo que el mundo se disuelva en mi boca.
Luego trago.


Ando entre tinieblas,
dejando tras de mi un desierto de sangre quemada.
La niebla deja paso al fin a los horrores.
El mundo deja de ser denso,
Acecha de lejos, y espero,
porque mi muerte siempre será prematura.
Recurriré a la incertidumbre
y buscaré una segunda opinión,
y necesitaré un tiempo para sentarme, meditarlo,
asumirlo y cerrar los ojos.
Entonces tendrá sabor.