jueves, 8 de julio de 2010

Hasta que se apaguen los focos (II)

Y que cualquiera que me haya visto en estos prados homogéneos
donde no soy más que otro que
agacha la cabeza
pero que vive más que nadie,
que quema más que arde,
que se cierra desde dentro desde que está lleno aire limpio,
verá el suicidio de las hojas en otoño como un fraude,
como un solsticio de luna,
un sucedáneo de arte
y me mancharán las manos con el fango de sus carencias.
Con más ganas de luz que de evidencias.
Porque hay tanto ruido rosa
como agua estancada.
Hay sombras que se arrojan como si pudieran dar la cara,
y he llegado a ver esas estrellas que palpitan,
que retozan agonizando en esta cuna de alambres y gritan en frecuencias que tan solo yo me digno a oir.
Que hasta las plantas gimen como hubiera algo que pedir.
Aparte,
este azufre incandescente sigue cayendo incansable.
Hasta que se apaguen los focos.
Hasta que grite más que nadie.

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