martes, 11 de agosto de 2009

Desvanecimiento

Surgió de repente.
Las luces se apagaron, creo que tan sólo en el trayecto que une la señal visual que reciben mis ojos con mi cerebro, pero mi percepción fue un apagón momentáneo e intermitente durante varios segundos, como un estrobo.
Cuando la vista se repara, los acontecimientos anormales se comienzan a propagar por mi organismo, como una plaga, de arriba abajo, como siguiendo un orden preestablecido.
Primero un intenso y agudo dolor de cabeza que obligó a todo mi cuerpo a encorvarse. Era como una señal que rozaba los límites de la tolerancia sonora y llegaba a mi desde dentro, sin tener que atravesar de ese modo mi piel, mi cráneo y cuantos fluidos y sesos fueran necesarios para llegar al centro del dolor.
Zarandeando mi cabeza para intentar aliviar el dolor, descubrí el siguiente signo.
Mis oídos estaban taponados, pero no esa sensación de descompresión que sientes a veces, sino era como tener la piel de un tambor de alguna tribu perdida cubriéndome el pabellón auditivo por completo. El mundo parecía venir a través de una emisora antigua de radio con los graves demasiado subidos, y las vibraciones se sentían como hormigas en fila directas hacia el cráneo.
El sonido parece amontonarse en mis orejas, y siento como si el propio hueso intentara separarse para abrir paso a una multitud enloquecida. Y esa multitud termina por entrar, y lo siento en mis ojos.
Detrás de mis cuencas se amontonan las hormigas y empiezan a morder. El dolor es tan intenso que noto como si mis ojos intentaran comprimirse para tratar de escapar de ahí. Como si bailasen dentro de sus cuencas, como si todo su interior acuoso se solidificase para impedir el paso a las impetuosas hormigas hambrientas.
Mi cabeza sigue zumbando, con la misma nota aguda. Golpeo mi cabeza. Cierro los ojos fuerte, para no dejar pasar las hormigas.
Mis manos se abren y se cierran descontroladamente, hasta que la sensación de expansión empieza a apretar hueso.
Noto las venas latir fuerte, en la sien, en las cuencas, en cuello, brazos, piernas y en el pecho.
Mis dorsales se contraen por el excesivo movimiento de mis brazos intentando arrancar de mi cabeza eso que zumba, que vibra, que se ha introducido sin mi consentimiento.
Por supuesto, el dolor me hace pasar por alto la sensación de vacío de mi estómago, como si llevara semanas o meses sin probar bocado, pero esta vez sin dolor, o al menos no tan duro como el que se sucede centímetros más arriba.
Mi corazón parece que ha decidido marcar su propio ritmo, y golpea agresivamente las costillas.
Por primera vez noto que estoy lleno de cosas... que no soy una masa compacta y homogénea...
Entonces mis pulmones deciden descansar. El aire no entra, y tras unos pocos segundos con la boca tan abierta como me era posible para intentar recibir al menos un par de moléculas de O2, mi garganta se reseca.
Intentar tragar producía una sensación como de desgarro interno, como pasarme una cuchilla a contrapelo por la tráquea.
Entonces mis piernas se rinden, se doblan y me derrumbo.
Vuelve el estrobo.
La luz oscila como una bombilla deteriorada, y el mundo está ahora ladeado, intentando arrojarse contra mí.
Sigo con los ojos abiertos.
Noto que brota sangre de algún lado, pero no me atrevo a intentar adivinar de dónde.
Siento como si todo esto haya sido solo un preámbulo, un adorno, y mi muerte realmente sea por esa fuga que no puedo identificar.
Sabría decir que me vacío, que algo cae y empapa el suelo.
Podría afirmar con toda seguridad que lo último que veré en mi vida será esa puerta medio abierta y la mesa llena de ropa por planchar al fondo.
Noto que mi existencia se difumina, que se ha abierto una brecha en mi de la que emana, digamos, mi esencia, una esencia de la que nadie tendrá constancia.
Noto cómo se me va la vida, pero no veo por dónde.

1 comentario: