martes, 30 de junio de 2009

No soy tu héroe (Parte 2 de 2)

− Mira lo que has provocado, gilipoyas. Ya te dije que íbamos en serio. Dámelo de una puta vez. Dámelo si no quieres acabar como ella − decía mientras me agarraba de la chaqueta.
Miré atrás un instante, para verla agonizar. Volví a mirar al frente, y vi a tres hombres enfadados y peligrosos y una pistola apuntándome a la cara que lo afirmaba. Medité brevemente sobre sus palabras y pensé que si quería algo de mí, podía cogerlo directamente, pero por supuesto me lo guardé para mí. Abrí la boca para decir algo, pero la volví a cerrar.
Hasta este momento no había sentido nada, tan solo confusión. Las emociones parecían un conglomerado indefinido y aún no me había decidido por ninguna, pero poco a poco, como a lo lejos, empezó a esbozarse la ira, la rabia, la locura… y yo simplemente me limité a suavizar las formas.
Tomé el brazo del individuo y noté la vida que iba a arrebatarle. Hasta entonces lo desconocía, pero la vida fluye, no de una forma metafórica, sino literalmente. Tiene forma y color. Tiene cuerpo, y vibra y, cuando la sentí vibrar, tuve la sensación de que debía hacer algo con ella; si puedes manipular algo, tienes la tentación de hacerlo. Y eso hice.
Sus ojos me miraron con miedo, pero un miedo cálido, agradable, aunque supongo que tan solo a mi me resultaba agradable. Acto seguido, de su cuerpo salió un polvo que empezó a esbozar tentáculos púrpura. Tenía un aspecto gelatinoso y etéreo al mismo tiempo y, conforme ese concepto uniforme abandonaba el receptáculo que ocupaba, los ojos se tornaron vacíos y comprendí que ese polvo purpúreo era su esencia.
Luego se desplomó sin más.
Su vida se escurría por mis manos sin dejar marcas y entonces me asaltó la necesidad de saber si la esencia de cada persona era especial, individual, única. Mientras, los dos asaltantes me miraban con los ojos desorbitados. Cuando nuestras miradas se cruzaron el miedo les lanzó sobre mí, pero desde el principio estaban acabados.
Fui cruel. Sentía que tenía que serlo. Tenía que impartir justicia, aprovechar de alguna forma este nuevo poder del que disponía y no había nadie mejor para comprobar mis limitaciones que esos dos desgraciados. Me imaginé con una indumentaria acorde con la situación e intenté pensar algo ingenioso, alguna frase para la posteridad, pero nunca se me dieron bien esas cosas, así que hice frente a este acontecimiento con lo puesto e improvisando. Y no salió tan mal.
Lancé con fuerza un puñado de cristales amontonados en el suelo contra uno de mis atacantes, que empezó a gritar en cuanto cambió su trayectoria. El otro, el del bate, tuvo la oportunidad de creer que conseguiría alcanzarme hasta que el bate estuvo a apenas 20 centímetros de mi rostro, justo cuando saltaron como astillas el cúbito y el radio de su brazo derecho con un sonido seco, como a madera podrida. El bate cayó al suelo y el desgraciado comenzó a chillar con todas sus fuerzas. Aún le quedaban más fuerzas, pero ya las usaría más tarde.
Con el coro de aullidos de fondo, me giré para ver a mi otra víctima, que se revolvía sin sentido intentando arrancarse los pedazos de vidrio incrustados bajo la epidermis. Esperé un poco para que pudiera recomponerse, aunque más bien lo que pretendía era dejarme ver. Quería ver sus ojos temblando al verme frente a él de nuevo. Quería que sintiera cómo se le acababa, ante mi presencia, un mundo entero para huir. Esperé hasta que la sangre que le cubría los párpados le permitió ver mi silueta y entonces, con un par de pasos largos y rápidos, llegué hasta él y atravesé su estómago con mi mano, como si fuera la punta de una lanza, hasta que sentí la brisa del callejón rozando mis dedos, ahora cubiertos de sangre que goteaba. Nuestros hombros estaban pegados. Había atravesado su cuerpo con todo lo que me daba el brazo de si, y aunque desde mi posición no podía ver su rostro, sabía que tenía los ojos tan abiertos como era capaz, a pesar de los cristales. Estuvimos en esa posición unos pocos segundos. Yo escuchando su respiración y él intentando hacer llegar el aire hasta sus pulmones. Cuando pensé que el dolor había alcanzado su punto máximo, comencé a sacar mi brazo de sus entrañas hasta que este quedó completamente fuera. Allí donde había estado no había rastro alguno. Ni sangre, ni ropa desgarrada, ni nada, pero él se desplomó para empezar a agonizar en el suelo como si no pudiera creer lo que había pasado. Yo por mi parte, me sentía un científico experimentando con un par de cobayas con mala fortuna, y en mi mente iba apuntando cada movimiento para futuras pruebas.
Al girarme, pude ver que mi otro sujeto para experimentos estaba huyendo a duras penas, sujetándose el brazo quebrado lo mejor posible en un burdo intento por evitar el dolor. Lo hacía despacio, haciendo el menor ruido posible y sin volver la mirada en ningún momento. Le dejé creer que podría huir, y cuando me aburrí agarré el aire y lo traje hacia mí, trayendo con ese mismo movimiento algo desde dentro de él. Su pecho se hundió y su boca emanó bilis, como si fuera una fuente macabra. Se desplomó aun encorvado, de modo que su frente golpeó el asfalto y empezó a ahogarse con sus propias entrañas mientras empapaba el callejón.
Su amigo seguía en el suelo, intentando recuperar el aliento, aunque de sobra podía respirar, solo que se veía incapaz de hacerlo. Con tan solo quererlo sellé sus labios y taponé sus orificios nasales. Empezó a retorcerse sobre los charcos de agua de riego. Yo, me senté para ver cómo moría. Me sentía cansado, pero sólo mentalmente hablando.
Entonces recordé que había dejado a mi novia tendida en el suelo, agonizando. Si había sido capaz de arrebatarle la vida a tres individuos, me veía capaz, por supuesto, de dársela a la persona a la que amaba, así que fui hacia ella y la encontré tal y como la dejé, temblando débilmente y empapada de sangre. Me tumbé a su lado y miré a través de sus ojos vidriosos. Estábamos tan cerca que mi respiración hacía temblar los pocos pelos que caían por su frente.
De repente sentí un frío intenso en el costado. Era un frío que quemaba, y el mundo empezó a alejarse mientras yo me preguntaba dónde demonios me quedaría entonces. Ella seguía enfrente, pero sus ojos ya no tenían vida. Seguía temblando, sí, pero entonces me di cuenta de que era yo el que lo hacía. A mi alrededor el ambiente estaba cargado del vaho, del mismo vaho que yo escupía, y mi cuerpo tiritaba con fuerza, de modo que ella también lo hacía.
Escuché unos pasos a mi lado. Quise girarme para ver de quién se trataba, pero no podía moverme.
— ¿Cuánto hay en la cartera?
Sonidos de cuero frotado y monedas cayendo al suelo.
— ¿Estás de broma? ¿Por esta miseria hemos disparado a esa chica y apuñalado a su novio?
— ¿Qué quieres que haga? ¿Cómo iba a saber cuánto dinero tenía encima?
— ¡Callaos! Creo que la chica puede tener algo de valor encima.
Sentí como un individuo se inclinaba sobre nosotros. Vi un cuchillo rojo de sangre (de mi sangre) que rodeaba el cuello de mi chica. Se introdujo entre la nuez y el colgante de plata que le regalé y lo arrancó de un golpe seco. El cuerpo inerte de mi novia se tambaleó como una muñeca de plástico sin articulaciones. De fondo escuchaba a los asaltantes que discutían sobre lo ocurrido. Las gotas de las macetas caían aun desde los balcones sobre los charcos que habían provocado. El hombre que se inclinó sobre nosotros se dirigió hacia donde estaban sus compañeros.
— Ha sido culpa de ese tío, ¿vale? No debió intentar hacerse el duro…
— Mirad. Creo que por este colgante sacaremos algo más de dinero. Ahora deberíamos irnos antes de que alguien pueda vernos aquí.
Entonces los pasos empezaron a desaparecer por el callejón, y poco a poco solamente quedó el eco de lo que allí había pasado.
Mis ojos no dejaban de mirarla. No podían mirar otra cosa, pero tampoco quería hacerlo. Frente a mi la prueba irrefutable de que, de nuevo, he estado soñando. En mi costado, una herida abierta de donde emana con sarcasmo mi última oportunidad para demostrar que soy algo más de lo que había a simple vista. No soy un héroe, aunque sus ojos vacíos parecen no reprocharme nada.

1 comentario: